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jueves, enero 07, 2010

Una apología de los que cruzan el río

¿Por qué tanto escándalo frente a alguien que decide libremente cambiar su opción política?, ¿por qué tanta ira frente a las personas que, en una elección determinada, votan por el adversario?, ¿por qué se las acusa de venderse por dinero o carg...? (incompleto en el original)

Tengo 33 años. De mi adolescencia recuerdo con nitidez y cariño la “Apología de Sócrates”, ese clásico texto de Platón en que se describe el juicio a un sencillo filósofo, acusado por los sofistas de corromper a los jóvenes de Atenas, aunque en realidad sólo enseñaba a cuestionar racionalmente las explicaciones tradicionales sobre el mundo y los seres humanos, con la esperanza de hallar la verdad. Como se sabe, todo terminó muy mal para Sócrates, quien acabó ejecutado bebiendo cicuta, que para la Grecia clásica sería una especie de equivalente a la actual cámara de gases.

Otro de esos recuerdos imborrables fue la campaña para el plebiscito de 1988. Se enfrentaban el Sí y el No. En mi memoria permanecen los logotipos, las banderas, el jingle del “sí, digamos todos que sí / sí, el país merece sí” y el hoy mítico “Chile, la alegría ya viene / Chile, la alegría ya viene”. La historia es conocida; prevaleció “la alegría”. A mis 12 años, no era sencillo entender cabalmente lo que pasaba entonces. Los años me fueron mostrando el poder de las convicciones que estuvieron en juego y cómo el amor por la democracia logró salir adelante por sobre cualquier temor.

Tal vez por lo anterior es que me extraña tanto el nivel de intolerancia demostrado por muchos de los libertarios de ayer, de los que apoyaron el “No”, hacia las personas que, habiendo compartido la misma vereda, siendo simpatizantes tradicionales de la izquierda y del oficialismo, hoy dudan sobre apoyar al candidato presidencial de la Concertación, Eduardo Frei. Peor aun respecto de quienes han decidido votar por el postulante de la Coalición por el Cambio, Sebastián Piñera. Entre estos últimos se cuentan los ex dirigentes del PPD, Fernando Flores (ex ministro del presidente Salvador Allende) y Jorge Schaulsson; los escritores Roberto Ampuero y Jorge Edwards; el ex futbolista Leonardo “Pollo” Véliz. Todos, uno tras otro, al dar a conocer sus preferencias, han sido objeto de las iras de los concertacionistas furiosos. “Traidor” es el mote de moda; “¿cuánto te pagaron?”, la apelación más común en contra de los que se atrevieron a cruzar el río.

Caso patético es el del analista político Patricio Navia, quien, cansado de las malas prácticas de la alianza gobernante, optó recientemente por la carta opositora. En diversos blogs de opinión pública, el calibre de las críticas incluyó frases como “una lástima por ti”, “me desilusionas”, “uno nunca debe transar”, “qué manera de darse vuelta la chaqueta”, “vuelta de carnero”, “votar por Piñera es traición”, etc. No ha faltado quien le enrostró un supuesto interés por ser beneficiado con cargos o estipendios. Lo mismo, tal cual y a veces peor, se dio en cada uno de los casos anteriormente nombrados.

Al menos a mí, hay preguntas que me caen de cajón: ¿por qué tanto escándalo frente a alguien que decide libremente cambiar su opción política?, ¿por qué tanta ira frente a las personas que, en una elección determinada, votan por el adversario?, ¿por qué se las acusa de venderse por dinero o cargos?

Una idea afín se desprende de la franja televisiva freísta de segunda vuelta, al sugerir que alguien intenta comprar el cargo de presidente de la República. Suponer que tras cada voto a favor de Piñera está la influencia del dinero equivale a pensar que al menos el 44% del electorado chileno que votó el 13 de diciembre, más todos los que se les han unido en las últimas semanas, son unos corruptos sin remedio que han aceptado cohecho. (A propósito, si de humor se trataba, mejor que en la franja de Frei hubiesen bromeado sobre Piñera por algo menos confrontacional, como sus tics o su uso de frases hechas. El electorado suele castigar los ataques personales).

El tema es que la democracia no puede limitarse a marcar preferencias con un lápiz cada cierto tiempo. ¿Luchó tanto la gente del “No” para vivir ahora amarrada, sin opciones, sin derecho a disentir, sin posibilidad de escoger, debiendo responder como autómata a los llamados de “todos contra la derecha” que la Concertación proclama cuando se ve en aprietos?

Así como Iván Pavlov hacía con sus perros experimentales, la Concertación se acostumbró a accionar un reflejo condicionado en la ciudadanía nacional. Le bastaba con enarbolar la bandera del “no a la derecha, no al pinochetismo” para conseguir los votos que requería para seguir en el poder. Sabía que siempre podría contar con votantes alejados, algunos hasta asqueados, pero controlables al fin y al cabo con el uso de las viejas consignas y el fantasma del dictador.

Pero las personas son personas, seres con libre albedrío. Muchos chilenos tienen, como Sócrates, la costumbre de razonar y cuestionar. No pueden ser manipuladas con un joystick, como si fueran personajes de videojuego. No obedecen ciegamente a las órdenes, cual perritos de Pavlov. ¿Deberían también ellos beber la cicuta ante la imperdonable traición de pensar por sí mismos?

Artículo original

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